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Un cambio de actitud unilateral

Tenemos dos problemas serios con la compra de cerveza: temperatura y tiempo de entrega. Para el primero los moscovitas tienen como excusa la exagerada cantidad de gente copando las calles. Sin embargo, venden la cerveza caliente sin mucha vergüenza y sin siquiera prevenir al cliente de que lo que va a tomar es un té de malta de cebada con gas (con suerte). El segundo problema exaspera hasta a los menos ansiosos. Se forman filas para comprar que llegan a tener 1 hora y media de demora. La ventaja de esto: como de todas formas la cerveza está caliente, se hace una hora de cola y se compran tantas cervezas como manos haya en el grupo y listo. Lo divertido es que con el correr de las noches empezaron a aparecer vendedores ambulantes de cerveza caliente. A mi gusto, dejar pasar cuatro o cinco noches sin ver el negocio es demasiado.

El empate se fue digiriendo durante los días posteriores al partido con Islandia y pareció generar ciertas ganas de cambiar la actitud por parte de los hinchas. Muchos argentinos empezaron a hablar de cómo la gente no había alentado, del papelón que había sido la hinchada. Una especie de mea culpa disfrazado de acusación a terceros. Con esta promesa, la del cambio de actitud bipartito, empezaron los planes de migración búmeran hacia Nizhni Nóvgorod. Una parva de gente con vestimenta celeste y blanca moviéndose por Moscú, de aquí para allá, buscando la mejor opción para recorrer los casi 500 kilómetros de distancia entre ambas ciudades. Lo más cómodo es el tren, dicen todos. Es cierto, pero los pasajes baratos se agotan rápido y los otros son demasiado caros y las frecuencias no alcanzan por más que la FIFA haya arreglado para que las aumenten. La vuelta es la parte compleja. El partido es tarde y hay que estar temprano en Moscú para ir a San Petersburgo. Son pocos los afortunados -o previsores- que consiguieron viaje directo Nizhni – San Petersburgo. Nosotros resolvimos la ida en tren y la vuelta en auto, a través de blablacar.ru y gracias a la ayuda de Alex, un amigo que nos hicimos en Moscú.

Nizhny es una ciudad chica para los tamaños rusos. Parece chata, parece vieja, parece soviética. El Volga la parte al medio y en cierta forma me recuerda al Paraná dividiendo Rosario de Victoria. No hace falta demasiado tiempo para recorrerla. Plaza, peatonal, kremlin y Fan Fest. Ese es el recorrido y no tiene más de 10 cuadras de distancia. Como dato gastronómico, si es que alguien tiene la curiosa voluntad de visitarla, Shaurma na Srednom es el lugar indicado para comer un shawarma monumental.

La previa al partido parece esperanzadora. La hinchada argentina mejora en su actitud. Es real el cambio. Lo entendimos. Igualmente, el contagio es complicado: los parlantes del estadio son estruendosos y los patrocinadores son muchos. Evidentemente la FIFA entiende absolutamente nada de lo que es el fútbol argentino. El hincha argentino no necesita un DJ en una cancha. No va de joda. En la previa se sufre, en silencio o hablando con el de al lado o cantando alguna canción para relajar. Es una paparruchada que la música siga sonando, ensordecedora, hasta el mismísimo inicio del partido, previa cuenta regresiva.

Lamentablemente, la actitud de los jugadores es la misma que el partido anterior. El planteo es patético. Se le busca una vuelta de rosca al fútbol que no tiene, o no al menos con estos jugadores. El resultado es devastador y escapamos. Aún no se nos fueron los gestos de desazón y ya vemos, perdiéndose en el horizonte que nunca ennegrece, a Nizhni Nóvgorod, una ciudad a la que nunca más vamos a querer volver, aunque ella no tenga toda la culpa.

Fleita

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