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El bálsamo de los mineros de Potosí

El fútbol en Bolivia se vive con gran pasión, basta ver el Hernando Siles de La Paz colmado cada vez que juega la selección local para poder dar cuenta de lo que digo. Es verdad que históricamente el futbol boliviano nunca estuvo a la altura de las circunstancias en cada una de las competencias internacionales que ha disputado, sin embargo, sus habitantes, lejos de decepcionarse, jamás abandonaron la práctica de este deporte.

Potosí es una de las ciudades más importantes de Bolivia y allí el futbol vibra con el Real Potosí y el Club Atlético Nacional Potosí, ambos militan en la Primera División boliviana y se los suele ver representando al país en las copas Libertadores y Sudamericana. Los dos equipos juegan en el estadio departamental de Potosí que lleva el nombre de Víctor Agustín Ugarte, considerado el mejor futbolista boliviano de todos los tiempos.

Cuando decidí ir de viaje a Bolivia sabia de movida que visitaría la Villa Imperial de Potosí (se la conoce con ese nombre). Viajé desde Uyuni en ómnibus, fueron unas cuatro horas de viaje por paisajes hermosos surcados por la ruta 5 que une ambas ciudades. Ansiaba llegar a Potosí para poder conocer el famoso Sumaj Orcko (Cerro Rico), aquel gigante que los conquistadores españoles explotaron para extraer el mineral de la plata que viajó con destino a Europa y dejó en esas tierras sometimiento y muerte.

Decidí hacer una excursión y adentrarme en el gigante, hoy en día existen cooperativas mineras que siguen explotando y cavando el cerro, aunque ya no hay plata, más bien se extrae una mezcla de varios minerales. Muchos jóvenes potosinos ven a la minería como única salida laboral, porque es un trabajo que se aprende rápido, no necesita estudios y pueden trabajar independientemente, lo negativo de este oficio es que las condiciones laborales son deprimentes. Un minero trabaja alrededor de 10 horas durante cinco o seis días a la semana y su paga no es para nada gratificante porque, además del costo que deben abonar a la cooperativa, la expectativa de vida ronda los 40 años.

Me llamó mucho la atención que a un costado del cerro existe una elevación que oficia como vista panorámica de la ciudad. Este mini cerro, según me contó el guía, es producto del “descarte” de piedras que queda una vez que se le extrajo el mineral. Se calcula que el Cerro Rico de Potosí medía originariamente unos 500 metros más de lo que mide hoy en día. El ingreso a una de las minas lo hice previa visita al mercado minero donde nos cambiamos y compramos algunas cosas para compartir con los mineros. Allí se compra la dinamita (que es de venta libre) y todo lo necesario para trabajar en las minas.

Estuve conversando con tres mineros (metido 300 metros dentro de la mina) y me hablaron del Tío, una divinidad que los acompaña diariamente. Es una figura muy particular que puede verse a la entrada de cada mina, muy parecido al estereotipo de diablo que se conoce popularmente, con cuernos, botas de minero y su miembro viril expuesto. Resulta que el miembro llama la atención inmediatamente porque resalta por sobre toda la figura y supe que es la parte más importante del Tío. Según la creencia minera, el Tío lo utiliza para tener sexo con la Pachamama y de esa relación surgen los minerales. Esta adoración es fundamental para cualquier minero, si no se cree en él, no se puede trabajar en las minas. El Tío bendice, protege y ayuda a cada minero, a cambio se le ofrecen bebidas, cigarrillos, coca y una ceremonia cada viernes para que no los abandone. Mi sensación es que si no se cree en algo no se puede trabajar en ese lugar.

Ya no recuerdo cuantas horas estuve metido allí dentro, en donde sólo se escuchaban los sonidos de martillos y las explosiones de dinamita. A los mineros se los notaba de buen ánimo y nos pusimos a conversar sobre fútbol, tema inevitable al parecer. Pasábamos de la decepción de ver jugar a su selección a hablar del Barcelona de España. No veían con buenos ojos el futuro de Bolivia en las eliminatorias, decían que el único que podía hacer algo en ese equipo era Marcelo Martins. Eran muchachos muy futboleros, tal es así que trabajaban de lunes a sábado y los domingos lo aprovechaban para jugar al fútbol enfrentando a otras cooperativas. El fútbol era lo más lindo que les pasaba en la semana. Uno se va de allí cargando una mezcla de tristeza y perturbación, y sintiendo que, finalmente, el fútbol en la vida del minero termina siendo un bálsamo.

Ilustración: Martín Tobaldo Pastore (https://www.facebook.com/martin.tobaldopastore)

Diego González

Diego Gonzalez nació un 11 de agosto del año 1975 en el Hospital Evita de Lanús, exactamente el mismo lugar donde también nació un cara sucia de Fiorito que años más tarde regaría de alegría el suelo argento. Estudió historia, de ahí su pasión por esa rama de las Ciencias Sociales, además de trabajar en una escuela pasa varias horas de la semana metido en el Archivo Histórico de Barracas donde aprendió a desempolvar documentos, libros y fotos. Hace un tiempo estuvo recluido en un retiro espiritual rogándole (quien sabe a quién) que sus neuronas no lo abandonen y se alineen correctamente para poder hacer uso de su pluma en pos de informar y entretener, siempre desde sus tres pasiones: la historia, el fútbol de ascenso y, desde hace algunos años, el fútbol femenino.

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1 Comentario

  1. Darío Altobelli dice:

    😀

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