“A los 12’ minutos del primer tiempo en un córner a favor de San Miguel saltan a cabecear Isaías Olariaga y Javier Velázquez, se cabecean los dos y caen los al piso. Los atienden enseguida y Olariaga se ve que cuando cae desvanecido, el árbitro lo puso de costado, me dicen que le sacó la lengua y había empezado a convulsionar y vinieron los médicos y la ambulancia tardó mucho entrar”, relato de nuestra compañera Astrid Gómez Nardo.
Ayer fue una prueba que todo puede fallar, que no somos capaces de hacer nada absolutamente seguro. Pero siempre habrá alguien a quien echarle la culpa.
No estamos preparados para nada, ni siquiera para organizar un asado y jugar un “solteros contra casados”.
El episodio en San Miguel tuvo unos ribetes con fallas tan elementales casi con consecuencias casi trágicas. En el partido contra Midland se produjeron incidentes en el acceso de la parcialidad, ya que el operativo de ingreso se inició con retraso y se desbordó, y la policía en vez de prevenir reprimió con balas de goma.
El organismo de seguridad de la Provincia en vez de solucionar estas fallas operativas, optó por la clausura del estadio y mandó a jugar otro estadio “seguro”, a 50 km, habiendo estadios cercanos y casi con la misma “seguridad”.
Obviamente el episodio de San Miguel – Cadu demuestra que la seguridad misma te puede matar, tanto por recelo como por los “forajidos” que iban a llegar y el sistema de filmación y video para velar la” seguridad”, etc.
Obvio que lo elemental que era la seguridad misma quedó “a la buena de Dios”, ya que un micro mal estacionado ocasionó que la ambulancia no pudiera llegar, y el azar puso un árbitro con nociones de primeros auxilios para que hoy no estemos llorando una tragedia.
Pero como necesitamos un culpable, ya lo tenemos: se le hizo la infracción al micro por mal estacionamiento.
Y el show sigue, y la seguridad está en las manos de Dios.